ALFREDO CASTAÑEDA

Carta a Alfredo

De corazón, Alfredo Castañeda nos invita a internarnos por sorprendentes vías en su extraño universo

CULTURA

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Carta a Alfredo Foto: Cortesía Familia Castañeda.Créditos: Foto: Cortesía Familia Castañeda.

Cuando los temas y los lenguajes de la Escuela Mexicana de Pintura empezaron a saturarse y se inició un drástico cambio en nuestro panorama artístico, la Galería de Arte Mexicano enriqueció sus propuestas con la inclusión de nuevos artistas, entre ellos, Alfredo Castañeda. Desde 1969, en que expuso su obra por primera vez, él ha permanecido como uno de los pilares de la galería. En 1976, al relevar a Inés Amor en su dirección, heredamos la magia de sus obras y con ella los lazos afectivos con Alfredo Castañeda. Hoy compartimos una entrañable amistad: su trayectoria como artista y como persona, el mundo que ha andado y la gente que ha conocido, nos han enriquecido profundamente. De nuevo en casa, aunque siempre de corazón, Alfredo Castañeda nos invita a internarnos por sorprendentes vías en su extraño universo y a descubrir en él sus sutiles virajes de sentido e intensidad.

Su pincelada imperceptible, su finísimo tratamiento cromático, la perfección de sus composiciones y su minuciosa figuración cuyo centro es el enigma humano bastarían para deslumbrarnos por su inusual calidad, pero el tono narrativo de sus imágenes nos cautiva por su capacidad de provocar un extrañamiento gozoso ante la revelación de lo insólito de las cosas ordinarias, que deriva en reflexión poética.

Para nosotras, mostrar la obra de Alfredo Castañeda siempre ha sido un privilegio.

Mariana Pérez Amor,

Alejandra Reygadas de Yturbe

Octubre, 1997

Hola, Alfredo. El otro día estaba tomando una cerveza contigo y, de pronto, ya llevas seis años muerto. No te perdono. Te fuiste sin decirme nada. Esto no se le hace a un amigo. Lo considero una traición y no me sirve de consuelo compartir tus funerales con tu familia y los amigos reunidos recordándote. Convocándote, diría yo, para tomar con nosotros una copa más. O de más. Como cuando celebrábamos en tu casa aquellos Años Nuevos que, ya hace muchos años, dejaron de ser nuevos.

Sigo sin aceptar que murieras, aunque te siga viendo en tus cuadros como en un espejo en el que siempre seguirás vivo. Ese es el mágico privilegio del auténtico artista. Pero, a veces, casi es peor. Porque cada vez que la mirada se sale del marco para reencontrase con eso que tú y yo nos resistíamos a llamar realidad, al mirar alrededor, ya no estás. Como quizás tampoco tuviste en vida el reconocimiento que te correspondía, como si la fama se hubiera mostrado huraña con el que tan secretamente supo guardar su secreto. Pero no voy a hablar de las excelencias de tu pintura. Ya lo he hecho en otras ocasiones y siempre me ha parecido insuficiente. No hay etiqueta para tu obra. Sigue sin haberla. Que cada cual se las arregle como pueda. Un universo interior es tan complejo e inabarcable  como los espacios siderales, y el humo de la fama no apaga el fuego de la pincelada. Me cuentan, por cierto, que en tus últimos lienzos utilizabas el cuero de viejas encuadernaciones, y dicen que los hongos, o yo qué sé qué, afectaron a tus pulmones. No deja de ser otra reveladora paradoja el que hayas muerto en combate con tu arte como en un campo de batalla. Has ganado el reposo del guerrero, querido amigo. No volverás a morir nunca más.

Gonzalo Suárez

Marzo, 2017

Por: Gonzalo Suárez

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