MÓNICA OJEDA

Música de la cordillera

“Las voladoras” demuestra ser un artífice de tramas donde la violencia tiene cauces en el cuerpo

CULTURA

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LETRAS. Foto: Lisbeth Salas.Créditos: Lisbeth Salas.

Hay que desconfiar de las categorías literarias. Nunca son lo que suelen decir. Están revestidas por conceptos que buscan prevenirnos de aquello que tenemos enfrente. Prefiero, en todos los sentidos, afrontar el vértigo, la sombra. Si llego a un lugar al que no debí haber llegado, no buscaré culpables. ¿De qué otra forma se arriba a las islas del lenguaje? ¿Dónde cabe la música dentro de una teoría? ¿Cómo meter en un frasco una vereda?

Gótico andino han decidido llamar una corriente de agua que atraviesa la literatura de la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (1988), quien en Las Voladoras demuestra ser un artífice de paisajes fríos y rocosos y de tramas donde la violencia tiene cauces en el cuerpo, la carne y la infancia; dicho de otra manera, el horror como síntoma de un presente roto.

Es cierto que pueden ser ejes compatibles con el contexto social. Sin embargo, ella misma se empeña en aclarar: “Soy feminista antirracista, pero mi escritura literaria no está al servicio de esto. A la pregunta (insistente) de si con mis libros quiero denunciar algo, la respuesta es no”.

La mayoría de los relatos ascienden a una superficie cuyas laderas provienen de la narración oral. De manera infiel, Ojeda retoma una de las fuentes primarias de la imaginación popular y se vuelca hacia una experiencia poética que, quizá por el peso que se le ha dado a las coordenadas espaciales, ha quedado en un plano atrás, pero es de suma importancia para reconocer la apuesta cuentística de la escritora. 

LAS VOLADORAS. (2020), Mónica Ojeda. Páginas de Espuma.

La triada cuerpo + naturaleza + tradición oral va adquiriendo una dimensión con relatos como el que da título al libro, o el que lo cierra (“El mundo de arriba y el mundo de abajo”), donde los confines de la realidad se disuelven para entrar en su extensión más prolífica, lo imposible: las voladoras son cabezas con un solo ojo, se liberan de su conjunto corporal para visitar a una familia y luego volver flotando a la montaña; un chamán amigo del viento sube un volcán, mientras escribe en cada paso un conjuro para revivir a su hija. La naturaleza es el cuerpo y viceversa.

Acaso es en “Terremoto” y “Slasher” donde las estructuras narrativas alcanzan su punto más alto de perturbación, sometiendo al lector a una interpretación sonora y rítmica que exige pasar a través de la lectura en voz alta; versos que son sentencias, que son ecos de otros poemas y de otros libros de Ojeda, se mueven por la página, la configuran con un aliento acústico: “Un grito es una emoción que se contagia como un/ hechizo./ Un sonido es una emoción que se conjura como/ magia” (p. 65).

En Las voladoras, la indagación espacial, casi orográfica, que adelanta el llamado gótico andino, se ve remplazada por la búsqueda emocional de los personajes, mujeres que, por medio de las pulsiones, de la esencia primitiva de la palabra y del deseo por la carne, encuentran un sentido. Sí, hay un despliegue del paisaje que nos muestra la cordillera, los volcanes, el sendero; pero es sólo el fondo. En el centro está el lenguaje, su vibración.

Por Roberto Abad
Autor de "Cuando las luces aparezcan"
(Paraíso Perdido, 2020)

 

avh 

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