ANECDOTARIO

Una patada al Teacher

“El Vikingo” era un apodo con el que bautizó a mi papá su muy peculiar grupo de amigos.

OPINIÓN

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Atala Sarmiento/ Anecdatario/ Opinión El Heraldo de México: Especial Créditos: FOTO: Especial

“El Vikingo” era un apodo con el que bautizó a mi papá su muy peculiar grupo de amigos. No iban tan perdidos. Era un hombre con ciertos rasgos que podrían recordarte a uno de esos guerreros germánicos.

Era un hombre alto, corpulento, barbón y de semblante serio ¡muy serio! Cuando reía lo hacía a carcajadas, pero sé que un primer encuentro con él podía ser impactante, imponente depende para qué persona.

Yo tenía 5 años cuando invité por primera vez a una amiga del colegio a comer a casa. Era una niña pelirroja de piel muy clara llamada Gretchen que eligió sentarse al lado de mi padre en la mesa. No dejaba de mirarlo con muchísima impresión y tampoco emitió palabra durante toda la comida. Gretchen aprovechó un momento de silencio y, armándose de valor, miró atónita a mi padre y le dijo sobresaltada: “¡Pero si pareces un monstruo!”. Mientras la pequeña se sonrojaba por su imprudente, pero sincero comentario, él se desbarató a carcajada limpia y le preguntó:

 - ¿Por feo?

¡No! Por grande - le contestó una muy abochornada Gretchen que comenzó a reírse junto a mi papá.

En ese tiempo hicimos un viaje de semana santa al puerto de Veracruz.

Caminábamos en una típica mañana húmeda y calurosa de la temporada por el centro de la ciudad. Mi papá tomaba de la mano a sus dos princesas, mi hermana Nuria y yo, una de cada lado. De pronto comenzamos a cruzar una calle cuando un coche blanco aceleró con lujo de ventaja y prepotencia para detenernos el paso. Mi papá vio el riesgo que corríamos los tres ante semejante atropello pues el coche tuvo que frenar en seco antes de provocar una tragedia.

Y allí emergió el vikingo, ese hombre tan imponente que lo hacía parecer un monstruo gigante; con unas grandes gafas oscuras ocultando su mirada penetrante, no dudó en defender a sus muñecas y entonces levantó una de sus piernas lanzando una patada voladora sobre la puerta del conductor del auto con sus botas de cowboy. El golpe seco fue certero y dejó una profunda abolladura. Lo hizo sin lanzar improperios, ni montar ninguna escena dramática vociferando reclamos. Fue implacable en absoluto silencio como si fuera un agente secreto y así logró que el incauto chofer y su acompañante siguieran su camino pálidos de miedo.

Mi hermana y yo nos asustamos mucho, pero al mismo tiempo nos sentimos completamente seguras y protegidas de la mano de nuestro titán.

A ese hombre colosal no le gustaba mucho ver los noticieros. Desconfiaba de la credibilidad de los periodistas que los presentaban. Tenía especial desprecio por Joaquín López Dóriga.

Cuando crecí entendí la razón. Nunca le perdonó a “El Teacher” ser pasajero de aquel coche blanco que estuvo a punto de arrollar a sus princesas y en cuya puerta mi padre dejó su huella.

POR ATALA SARMIENTO
COLUMNAS.ESCENA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@ATASARMI