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La política como una guerra

Hay que recordarle que esa triste estrategia no ha sido usada solamente por gobiernos de un color o de un lado del espectro

OPINIÓN

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La polarización no es exclusiva de nuestro país. Ni de este momento. Ni de una sola persona. Dice con razón Ricardo Anaya, en su video de defensa ante el culebrón que es la denuncia filtrada de Emilio Lozoya, que no es novedad que desde el poder se quiera utilizar la “justicia” penal para amedrentar o detener a los críticos y adversarios. Hay que recordarle que esa triste estrategia no ha sido usada solamente por gobiernos de un color o de un lado del espectro, aunque ha habido excepciones notables.

Y hay que recordar que por ese uso político de la justicia, es que sigue siendo factible que se mantenga la impunidad. Todo en detrimento de un gobierno que funcione bien, de la igualdad de oportunidades, de la certeza en la impartición de justicia, de la provisión de cientos de bienes públicos que este país requiere con urgencia.

La utilización de la cárcel o su amenaza, y especialmente de la palestra pública de acusaciones, videos, detenciones y filtraciones como circo distractor y como ajuste de cuentas es, al final del día, el sello de la casa de una democratización a medias, de una democracia en riesgo de no serlo nunca, como lo es la mexicana.

Si el fenómeno de polarización autocrática que aquí relato no es solo nuestro, hay que preguntarse de dónde vienen los riesgos que la animan para intentar atajarlos. La experiencia de otros países sugiere que resultan de una combinación peculiar: por un lado, liderazgos con actitudes autoritarias, unitaristas, sospechosas del otro, que prefieren vencer “en definitiva” a quienes se les oponen; por el otro, de las condiciones para que tengan éxito. Esto ocurre, primordialmente, cuando quienes no tienen esta orientación autoritaria sucumben en su propósito político por una mezcla de impericia, impudicia, o simplemente mala suerte.

Para ejemplo, lea usted este discurso de Newt Gingrich, líder de la primera mayoría republicana en el Congreso de los Estados Unidos en cuarenta años (por allá por 1994) en su primera campaña exitosa en 1978:

“Están librando una guerra. Es una guerra por el poder... Este partido no necesita otra generación de cuasilíderes cautelosos, prudentes, cuidadosos, insulsos e irrelevantes... Lo que realmente necesitamos son personas que estén dispuestas a plantarse en una madriza (stand up in a slug-fest)... ¿Cuál es el propósito principal de un líder político?… Construir una mayoría...” (retomado de Cómo mueren las democracias, Levitsky, 2019).

Este estilo de guerra es el que caracterizó a una generación creciente de congresistas republicanos que fueron venciendo, de manera sistemática, a políticos más moderados e incapaces de ofrecer alternativas creíbles y eficaces para conducir a su país con éxito ante los retos económicos, sociales y geopolíticos de la posguerra fría. Es un estilo precursor de la polarización de la que hoy Trump y sus aliados se siguen beneficiando, y con la que aún ahora amenazan a la democracia de su país. Así que ante esta ola autocrática y populista, la clave está en las alternativas de buen gobierno y las respuestas asertivas para atemperar el hartazgo ciudadano. La gente entiende que buena parte del circo es eso, y que distrae de lo sustantivo. Pero ello no basta para que castiguen al gobernante si no existe una alternativa creíble y atractiva. Ojalá que la dupla Biden-Harris sea precisamente eso.

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POR ALEJANDRO POIRÉ

DECANO ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES Y GOBIERNO TECNOLÓGICO DE MONTERREY

@ALEJANDROPOIRE

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